sábado, 26 de junio de 2010

Prólogo

Prólogo

Recuerdos





La máquina que lo mantenía sujeto y sedado, se había estropeado. En ella permanecía impasible un joven que aparentaba tener 17 o 18 años. Los rayos de sol podían tocar con plenitud su pelo castaño por un agujero en la pared. No fue hasta pasadas varias horas que el joven abrió los ojos, pues el efecto de alguna posible droga aun le afectaba.

Sus ojos eran de un color azul cristalino, y en ellos se podía observar paz, bondad y valentía.

El muchacho reaccionó de golpe e intentó recordar algún suceso que le permitiese saber como había llegado allí, pero no se acordó de nada.

Asustado, se levantó de la camilla. Al apoyar el pié izquierdo al suelo, cayó de inmediato: Pues sus piernas no estaban preparadas para aguantar su peso. Una fría gota de sudor le recorría la cara. A duras penas y arrastrándose llegó a la pared más cercana. Fijó la vista en el enorme aparato en el que se había despertado. Estaba totalmente equipado, para que mantenerlo dormido, y a la vez alimentado. Se estremeció. Ya no sentía miedo, estaba aterrado. Esquivando todos los pensamientos que le inundaban la cabeza, siguió con la mirada los distintos dibujos pintados manualmente en el tabique. Las pinturas ya estaban desgastadas, y la humedad las había estropeado. Los dibujos representaban varias escenas, y en la que se fijó primero el joven, se podía observar un ser encapuchado, vestido totalmente de negro, que acababa con la vida de cuatro personas.

-¿Pero que es esto?-Se volvió a estremecer al oír por primera vez su propia voz.

Por segunda vez, y apoyándose en la pared, se levantó, y salió de la habitación cojeando. Al cruzarla se quedó horrorizado.

- ¿Dónde estoy? - se preguntó. Observaba aquel impresionante edificio, parecido a una iglesia, con mayor altura que la de un castillo, de hecho, un castillo le hacía parecer insignificante. Caminó hasta el bordillo de la escalera. Una vez allí, miró hacia abajo. No podía creer lo que veía cuando se dio cuenta del tamaño descomunal del edificio, habían como mínimo un centenar plantas hacía abajo.

Tenía claro que quería salir de aquel horrible lugar, y sin dejar de apoyarse en la pared siguió bajando.

El tiempo le pasaba muy lentamente, pero poco a poco, empezaba a sentir las piernas, para darse cuenta de que estaba exhausto, pero no fue hasta bajado cuatro o cinco pisos más, que se dejó caer al suelo. Una vez al suelo, escuchó un ruido procedente de un piso, puede que el de abajo suyo. Se escondió a duras penas, y de esa manera vio a un hombre que se paseaba atolondrado, con una larga barba blanca. Vestía de forma oscura y triste, y su cara, envejecida y poco cuidada, le hacía parecer un ser no humano.

Era una persona valiente, aunque no de una manera extrema, al menos era precavido, y eso hacía de él una persona más valerosa. En él se había despertado el “yo” más curioso, y abandonó el miedo.

-He de de descubrir si hay alguien aquí y qué hago yo en un lugar como éste.-Se dijo en voz baja, o al menos la más inexistente que podía poner.

Cambió radicalmente de rumbo, hacia arriba. Piso por piso, habría cada una de las puertas, encontrándolas todas vacías.

-Vacía… Vacía… Vacía… Vacía… Vacía… - pensaba en cada una de las puertas al abrirlas.
Su forma de andar ya era casi la de una persona normal, aunque le costaba correr, y se cansaba en seguida. Se preguntaba, cuanto tiempo hacía que no se movía, pero esa idea le dio un escalofrío, solo al pensar en la máquina en la que se había despertado.

Por sorpresa suya, encontró una habitación que no solo estaba abierta, sino que también estaba amoblada. Era un pequeño despacho adornado con estanterías que aguantaban viejos libros y pergaminos y un amplio escritorio. Se acercó, y se dio cuenta de que el escritorio estaba limpio, la cual cosa, quería decir que era el despacho del hombre que había visto.

El despacho no estaba vacío, ya que en la parte inferior, había una caja de música, que el joven no pudo evitar tocarla. La caja se abrió, y empezó a sonar una canción muy parecida a un vals. El joven se asustó, e intentó detener la música, por miedo a que le descubriesen, pero al poco tiempo la música cesó. Se acercó a las estanterías, y cogió uno de los libros, pero no entendió nada:

-Debe de estar en otro idioma-Concluyó él.

Al girarse, descubrió que detrás de la puerta, también había un armario de madera, muy rústico y antiguo, comido por las termitas, como el resto de muebles que formaban aquella especial habitación. Curioso, abrió el armario, y dentro de él y para su decepción, solo vio unas fundas de armas, guardadas en un paragüero. Eran simples fundas de armas, pero sin saber porqué, el protagonista, dio la vuelta al paragüero, precipitando todas las fundas al suelo. Sin saber porqué, rebuscó entre todas, hasta que se fijó en una de color amarillo. No era muy distinta al resto, solo cambiaba el color, pero distinguía entre las otras. Se la quedó mirando, le provocaba deseos de tenerla, de tomarla. Una fuerza le obligaba a llevársela con él, una voz se lo mandaba.
- Ahora que me fijo no es tan fea - volvió a pensar él.

Aunque le sirviera de bien poco, la cogió, se la ató a la espalda y se marchó.

Siguió subiendo, cada vez más agotado, cada vez con menos esperanza, pero aun le quedaba suficiente energía para seguir andando y así con un poco de suerte encontrar respuestas a algunas de sus incontables preguntas. Cada piso que subía, había algo en su corazón que le decía que iba en buen camino, que todas sus preguntas iban a concluir.


Su intención era llegar hasta el último piso, para allí encontrar lo que buscaba, aunque no supiese que era.

- Ya queda poco –Miró desde la escalera hacía arriba, y confirmó lo que pensaba.

Una gota de sudor le recorrió la cara, y al poco rato, la tentación de descansar era demasiado fuerte, y se sentó en uno de esos escalones de madera antigua. Pasaba el rato, observando cada detalle del paisaje, pero por mucho que mirara, siempre había un detalle que se le escapaba, era demasiado grande para poder verlo todo. Resignado, por su intento de descubrir todas las partes de la iglesia, siguió elevándose, llegando al final de su camino. En el último piso, halló una impresionante puerta que al cruzarla iba a encontrar lo que buscaba, o eso pensaba él, pero no iba tan desencaminado.

Al traspasarla, encontró a una chica de su misma edad, si no, alguna parecida. Su pelo era largo, liso y castaño, con tonos claros. La luz que le iluminaba desde una triste ventana, le aclaraba el pelo. Tenía una cara preciosa, y su ropa era sencilla e informal. Permanecía dormida y atada de la misma manera que lo había sedado a él. No pudo reprimir un escalofrío cada vez que pensaba en esa horrible máquina.

Por sorpresa, tenía la sensación de que la conocía desde siempre, tal vez por eso o porque le despertó muchas sensaciones quiso ayudarla y sacarla de allí.

- Es hermosa –Recapacitó.

Maravillado por tal belleza, se acercó a su lado y la acarició, para saber si seguía viva. Sus mejillas seguían calientes. Se sintió feliz. La volvió a tocar como si se tratara de la porcelana más fina y delicada, pero pronto se despertó.

Abrió los ojos de golpe: eran verdes, chillones muy hermosos. Denotaban confianza, nobleza, aunque también carácter. Miró a su alrededor y al contrario al joven de ojos cristalinos que dio un salto de sorpresa, reconoció aquel lugar, aunque también le conoció a él:

- ¿Qué haces aquí? - gritó ella con la mirada penetrante, y casi gritando.

Se quedó sin habla, al ver sus ojos.

Ella lo iba a regañar, pero no le dio tiempo para eso: Apareció el hombre que el protagonista había visto al principio.

- Veo que te has escapado de la máquina, pero no me extraña, es más, lo que me sorprende es que escaparas de allí tan tarde, que te “despertaras” tan a destiempo.-Hizo una pausa.-Ahora ya estás preparado para venir conmigo, voluntariamente o a la fuerza.

-¡No lo hagas!-Reprochó ella.

El joven no entendía ni una palabra, no sabía que papel ejercían ninguno de los dos al verlos discutir entre ellos. La muchacha luchaba por desencadenarse. Era muy complicado, pues tenía ambos pies y manos, sujetadas con una gran fuerza.

-No puedes reprimir quien eres, ven conmigo.-Le ofreció su mano el anciano de barba blanca.-Te arrepentirás si no lo haces.

Sin saber porqué, el muchacho se sintió furioso, y agarró la funda con todas sus fuerzas.


Tenía intención de asestarle un golpe con ella, cosa que le pareció estúpido. ¿Cómo pretendía vencerle con una funda?

Al desatarla, la agarró con fuerza en ambas manos, y para su sorpresa, la funda pesaba más de lo que recordaba. Rápidamente, fijó la vista a la funda. Sorprendido, halló una espada dentro. No le dio tiempo a reprocharse a si mismo lo que estaba pasando, ya que el desconocido, agarró la suya.

-Si no quieres venir, tendré que cogerte por la fuerza.

Él no se quedaba con los brazos cruzados, y decidió desenvainar la suya. Infundía un especial fulgor negro, haciéndola aun más misteriosa, y más hermosa a los ojos humanos. Sin pensárselo dos veces, se lanzó hacía su enemigo y éste lo esquivó sin demasiada dificultad. El desconocido, le devolvió el golpe, aunque el joven consiguió detenerlo.

Mientras ellos peleaban, la chica cansada ya de intentar desatarse y fracasar en el intento, dijo una serie de palabras que el protagonista no pudo comprender.

Acto seguido, el aparato explotó, provocando un gran estruendo que resonaba por todo el castillo.

Él y el anciano, seguían batiéndose en duelo, poniendo en peligro la vida del protagonista, que estuvo a punto de ser herido.

Ella lo detectó y volvió a decir unas palabras, que el chico no pudo comprender. El cuerpo del desconocido empezó a quemarse, se tiró al suelo, mientras gemía de dolor. Seguidamente, el hombre estaba en el suelo, carbonizado, ya no se escuchaba nada a parte del fuego que echaba chispas. El hombre estaba muerto.

Hubo un silencio muy incómodo para los dos, hasta que ella decidió romperlo:

-Marc, dime que narices hacías aquí, creí que quedamos que volverías a la ciudad.

Marc saltó al escuchar su nombre.

-¿Como?

-Pues eso, que te mandé que fueras al palacio, y en cambio te veo aquí. ¿A ti también te atraparon?-Se puso a dar vueltas mientras pensaba-No se porqué no nos mataron, pero me gustaría saber la razón.

-¿Y tu eres…?

Elena dio media vuelta de golpe, frunció el ceño.

-¿Qué has dicho?

-No recuerdo nada de lo que ha pasado, lo último que recuerdo es despertarme ante….-Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.-Una aterradora máquina que…

-Marc no es momento para tus estúpidas bromas.

Hubo otro silencio incómodo, ella estaba buscando otra posible salida, descartando el de las escaleras. Quería una salida más rápida y silenciosa. Fracasó en el acto, pues las escaleras parecían ser la única vía de escape.

- Vámonos, tenemos un largo viaje a casa, además con el tiempo que llevamos encarcelados, posiblemente nos deben de tomar por muertos.


-No bromeo, lo único que recuerdo es despertarme en una habitación sin saber que hago yo aquí, y tú, que eres muy irritante, y en lo poco que te conozco solo has hecho que chillarme- Confesó al fin Marc.

-¿Me estás diciendo en serio que padeces amnesia?

Marc asintió.

-¡¿Pero como puedes ser tan inútil?!

Marc se sintió ofendido, pero cuando iba a rechistar, Elena lo interrumpió:

-Marc ¿Qué será de la rebelión? ¿Que haremos nosotros?-Se frotó la cara con la mano.-De acuerdo, lo primero es ir a la ciudad, una vez allí te explicaré todo lo que tienes que saber, e intentaremos devolverte la memoria.-Y en voz baja repitió la frase “pero será inútil”.

Marc no entendía nada de nada, lo único que sabía por la expresión de la cara de su compañera, era que le esperaba una nueva vida muy complicada.


Gracias por haberlo leído,comenten porfavor.